Ya he recibido en mi correo electrónico la notificación de que mi título de doctorado está disponible para su recogida. Como si de un certificado de nacimiento se tratase, de repente voy a dejar de ser la eterna estudiante para convertirme en experta.
A partir de ahora soy una persona con un conocimiento acabado y pleno en una materia: la felicidad. Lo que no contempla este grado universitario es que ésta es más bien una historia de cómo aprendí a dejar de querer ser feliz.
Allá por 2014, yo era una joven recién graduada con inquietudes académicas. En el grado en Publicidad y Relaciones Públicas me había divertido más analizando carteles publicitarios que diseñándolos, así que no me apetecía nada empezar a trabajar en una agencia. Me interesaban los procesos de construcción de sentido y las grandes ideas: la política, la justicia, la libertad, el amor, el poder, la bondad, el mal. Como la mayor parte de personas, también quería ser feliz, aunque no tenía ni idea de cómo orientar una vida hacia ese fin. Con este cóctel molotov empecé una tesis doctoral sobre la felicidad titulada La felicidad como problema y solución políticos.
Mi encuentro con la Ciencia de la Felicidad
Tras un año leyendo compulsivamente a filósofos y sin entender demasiado, llegué a un oasis llamado Ciencia de la Felicidad. Todo parecía mucho más fácil con ella: era un método probado y basado en la evidencia científica para conseguir el bienestar de los individuos y las sociedades. Era un dictado directo de la naturaleza humana. Una revolución en forma de libro de autoayuda. Parecía que con esto cumpliría un objetivo doble: un marco teórico para la tesis y una filosofía de vida.
La Ciencia de la Felicidad establece que hay una serie de indicadores que se correlacionan estadísticamente con el bienestar humano. De esta forma, si nuestro objetivo es ser felices, lo único que debemos hacer desde nuestras sociedades es impulsar determinadas condiciones económicas, laborales, educativas, familiares, comunitarias, demográficas, culturales, políticas, y sanitarias. Así de sencillo. Esta ciencia llegaba a mi vida para dejar de complicármela: ya no tenía que pensar qué significaba estar en este mundo y decidir cómo quería vivirlo, solo tenía que seguir las indicaciones de los expertos.
"Tras un año leyendo compulsivamente a filósofos para mi tesis doctoral, me encontré con la Ciencia de la Felicidad: un método probado y basado en la evidencia científica para conseguir el bienestar de los individuos y las sociedades". Cristina Sánchez Sánchez
Pero todo el mundo sabe que una tesis doctoral no te hace la vida más simple, sino que más bien te la enmaraña. Detrás de los gurús de la felicidad vinieron algunos pensadores y académicos dispuestos a complicarme la existencia. Los más críticos decían que la Ciencia de la Felicidad tiene una serie de insuficiencias conceptuales y metodológicas.
Entre otras cosas, aprendí que esta corriente asume que el cerebro humano está constantemente realizando evaluaciones hedónicas de todo lo que le pasa, y cataloga estas experiencias como buenas o malas. Para la Ciencia de la Felicidad, el placer y el dolor son mutuamente excluyentes, pero cualquiera que tenga algún guilty pleasure sabe que eso no es exactamente así.

También aprendí que, al tratar la felicidad como una variable numérica, lejos de alcanzar mayor fiabilidad y validez científica, se puede estar cayendo en conclusiones equivocadas. Por ejemplo, si medimos la felicidad de un individuo en una escala del 1 al 7, al correlacionar esta cifra con otra, como su sueldo a lo largo del tiempo, puede parecer que la felicidad, a partir de determinados ingresos, se estanca.
Sin embargo, este resultado tiene más que ver con que se está relacionando una variable que toca techo en el 7 con otra que puede estar creciendo indefinidamente. Y esto si no contamos con que un 4 en una escala de felicidad puede ser distinto para cada individuo, y que lo que dicen las personas, en general, no siempre es un reflejo de lo que les ocurre, sino que está condicionado por sus ego-defensas, estados de ánimo, recuerdos, comparaciones, mecanismos adaptativos y otros factores personales y contextuales.
Además, aquellos temas que se correlacionan con la felicidad no tienen por qué significar una causa de ella. Por ejemplo, no podríamos decir si tener más amigos te hace más feliz, o si las personas más felices simplemente tienen más amigos. No se puede universalizar algo que no sabemos cómo funciona.
Un punto de inflexión
El momento decisivo de mi tesis doctoral llegó cuando vi que, si estas y otras objeciones a la Ciencia de la Felicidad se obvian o se ocultan, la felicidad se convierte en un objeto fácilmente manipulable tanto por ciudadanos como por políticos. Bajo una retórica de las buenas intenciones y en nombre del bienestar humano, se podría estar haciendo uso de la autoridad de la ciencia para legitimar determinadas prácticas sociales, culturales, económicas y políticas, que poco tienen que ver con la naturaleza humana y mucho con lo que valoramos, tememos y deseamos en nuestras sociedades.
Asimismo, la aplicación de esta ciencia a un ámbito social o político implicaría la asunción de que las personas han fallado en su labor de distinguir entre lo bueno y lo malo, y que es gracias al estudio de la “auténtica” naturaleza humana que se ha descubierto este error. De repente, nuestra felicidad no solo se estaría convirtiendo en un problema, sino también en una obligación. Lo que ahora se lleva es la responsabilidad de ser feliz.
"Con la aplicación de la Ciencia de la Felicidad, de repente, nuestra felicidad no solo se estaría convirtiendo en un problema, sino también en una obligación". Cristina Sánchez Sánchez
Después de hacer una tesis doctoral, sigo sin saber si la felicidad es un producto del pensamiento o de la emoción, o si es un estado o una cualidad. Lo que sí que he aprendido es que cuando una cosa parece que puede ser medida, pasa a formar parte de las cosas que creemos controlar, lo que es mucho más fácil que preguntarse sobre el sentido de la propia existencia.
Si alguien me pidiera mi consejo como —recién estrenada— experta, le recomendaría que dejara de buscar la felicidad. Le diría que se planteara otros propósitos más asequibles, como la cuadratura de un círculo, sexar un ángel o estornudar con los ojos abiertos. Quizás así, de casualidad y en aquellos lugares en los que en teoría no está, un día encuentre la felicidad.